Entre las cobijas me cubría de temor por aquella voz en mi cabeza que no me dejaba pensar y me preguntaba que era lo que me aturdía? Porque con tanto empeño me acosaba? Porque aún seguía viva?. Tantos errores que provenían de un pasado en silencio, por un secreto lleno de mentiras que te envolvían y que tuve que callar. Así el amor se convertiría en mi gran enemigo, mi verdugo en cada rincón de la tormentosa prisión que encarcelaba a mi alma.
Recuerdo entre esas paredes, tu aroma a amor intenso y en el espejo aún se guarda el reflejo de tus ojos castaños con esa imponente mirada de un alma oxidada detrás de un hombre sin escrúpulos.
A veces el amor te envuelve, pero yo estaba demasiado ciega como para seguirte a pesar de tus acciones injustas hacia el resto de las almas, incluyendo la mía. Sin importar, te burlabas de la justicia divina, del sufrimiento ajeno, del dolor del prójimo, mi madre no te aceptaba y yo sabía que tenía razón. Lo veía en tus ojos, jamás sentiste amor por nadie, ni siquiera por mi o nuestra hija a quién me obligaste a abandonar cuando apenas abría los ojos, veía tu odio y desapego, lo veía en ti cuando negabas a Dios y hasta ese momento no hubiera podido dejarte.
Tantos años condenada a un amor sin sentido, sin justificación, en soledad y dolor escondido. La conciencia cada día era más difícil cargarla conmigo, había mucha confusión en esa obsesión en la que me ataba por no perderte. El miedo a sentirme abandonada a mi propia suerte, socavando la oscuridad que se desataba por dentro y que arrancaría de mi la poca cordura que quedaba como consecuencia de mi complicidad por tu desgraciado cariño...